sábado, 25 de julio de 2015

Ligera fijación que rozó con el destino

Cuenta la leyenda, mejor dicho mi mamá, que cuando era una insolente y pequeña niña ya contaba con una ligera fijación que pueda ser la causante del punto en mi vida en el que estoy. No soy quién para negarlo. No, no estoy hablado de la obsesión de encontrar una felicidad ni del chocolate. No piensen si quiera en el amor - aunque tal vez se le acerque-. 
La leyenda dice que cuando mi mamá se sentaba a estudiar para sus exámenes, momentos antes ella colocaba una colcha sobre el suelo y ahí acomodaba mis muñecas; ése era mi espacio, donde podía déjarme hacer lo que quisiera con el fin de no molestarla. El propósito de vez en cuando se cumplía.
 Ya que existieron veces, más que menos, en las que sutilmente me paraba de la colcha me dirigia a su mesa de estudio, me sentaba en la silla de a lado y la veía por minutos. Observaba cautelosamente los gestos serios que ella mantenía mientras estudiaba, copiaba, subrayaba, tachaba páginas y páginas que contenían figuras geométricas con letras. Libros grandes. Libros de más de 400 hojas. Libros que a mi mamá le provocaban seriedad, concentración y disertación. 
Un día, de esas tantas veces, me decidí por ursupar, más de lo común, su espacio. Tomé uno de esos libros, me bajé de la silla, lo lleve a mi colcha, coloqué a mis muñecas a mí alredor y abrí el libro con ellas. Tal vez en aquel momento yo no comprendía bien lo que hacía con un libro; sólo automáticamente aprendía a pasar página tras página después de ver figuras y letras que ni distinguía del todo. Sólo repetía un patrón de observación que me enseñaba mi madre. 
Es ahí, desde el punto de vista de mi madre, donde todo comenzó. 
Admito que la historia me gusta, y más cuando la cuenta mi madre. Me hace pensar que soy especial. 
Libros, amo los libros. Tal vez ya de niña pues desde esa experiencia era muy dificil no verme sin uno, aunque no supiera leer. 
Me encantan sus diferentes tamaños, sus portadas, sus lomos, las hojas de cortesía, la tipografía, los pequeños detalles que demuestran errores de edición, de corrección, de encuardenación o aquellos que lo vuelven una excelente creación. Pueda ser que por todas estas pequeñas y ligeras fijaciones esté a mis veinte años estudiante Literatura y deseando llegar, en algún momento, a ser editora. 
Amo los libros no porque me guste escribir, o en ocasiones leer, si no porque los veo como objetos de perfección. Ya sea por el texto, por la presentación, por lo que me dejan o se llevan de mí. 
Pienso en los libros como pienso en la comida. Si no hay pasión para prepararlo, no hay que hacerlo (por esta razón, no cocino - aunque viva lejos-).  Veo a los libros y puedo amarlos u odiarlos. 
Tal vez esta divagación no tiene un fin más que hablar de esta filia, pero creo que es acertado darme cuenta de esto porque sólo así entiendo que hago con mi vida, por qué estudio lo que estudio, por qué mi personalidad es así, por qué soy dura con las personas que mi piden consejos en la parte académica o en la compra de libros. 
Cuando estoy triste me encanta, y me ayuda, abrir un libro, ya sea con el fín o no de leerlo, pero me doy cuenta de avances. Un libro puede aportar más de lo que uno piensa. No es que yo apoye la campaña de lectura, si la gente quiere hacerlo que lo hago si no, de lo que se pierden. Considero que un libro es un reflejo, un espejo; puede estar en el texto mismo o en el concepto del libro. Compro un libro porque estoy segura de que en él encontraré algo de mí misma, si me equivoco aún terminó ganando ya que al menos sé que aquello no me gusta. 
Escoger un libro es como escoger pareja: uno se toma su tiempo. Una de las razones por las que desespero a la gente y por la que muy pocas personas suelen acompañarme a una tienda de libros- de hecho, son las que comparten o entiendo lo que pienso- . Al entrar a una libreria, uno entra en otro tiempo en donde ni siquiera hay tiempo, sé que puede sonar absurdo pero no lo es. La libreria es un interior estructurado pero a la vez tan revuelto que hay de todo y para todos e incluso en ocasiones llegas a sentir que no hay nada para ti; ya lo he dicho, es como el amor. 
Me encuentro feliz, compro libros. Estoy deprimida, veo libros. Tengo quehacer escolar, organizo libros. Quiero novedad, leo libros. 
Tal vez tenga razón mi madre y tenga una ligera maldición que para mí sólo es un gusto más entre todo lo que me caracteriza. Lo repito, uno tiene que saber qué le gusta y por qué, ya que sólo así podremos tomar las decisiones que en su momento consideremos correctas. Por ello, esta madrugada reflexiono sobre esto porque es la manera de explicarme mis decisiones y darme cuenta en el último mes he comprado más libros que de costumbre. 

1 comentario:

  1. Muy lindo... que hariamos sin los libros, no? grandes compañeros.. amo leer también..
    saludos

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