“El romanticismo supone una ruptura con una
tradición,
con un orden anterior, y con una jerarquía de valores culturales
y sociales, en nombre de una libertad auténtica […]
‘Lo <romántico> – como dice Marcel Brion – es un estilo
y una concepción de la vida;
romántico es algo que se expresa de una determinada manera,
no limitado en el tiempo y en el espacio’ […]”
con un orden anterior, y con una jerarquía de valores culturales
y sociales, en nombre de una libertad auténtica […]
‘Lo <romántico> – como dice Marcel Brion – es un estilo
y una concepción de la vida;
romántico es algo que se expresa de una determinada manera,
no limitado en el tiempo y en el espacio’ […]”
No importa el por qué pero nunca dejaré de ser quien soy. No dejaré de ser esa mujer que aún tiene un lado de niña. De ser cursi
por una sociedad que lo ve como tontería. De tener el lado romántico de la vida
por un mundo en que cada vez los actos de pasión son mal vistos. De creer en
que siempre vendrá algo mejor por culpa de ese lado pesimista de cada día. Hoy entendí que no dejaré de ser tantas cosas, porque quiera o no,
éstas son las que me identifican, las que me definen, las que dan un
significado a mi vida, a lo que hago y creo.
No dejaré de ser esa Nana que tiene la habilidad para sacar accidentes
de las situaciones menos esperadas, esa niña que puede llegar a hartar con un
optimismo proporcionado, esa joven de una voz aguda y una risa escandalosa. No la dejaré.
Parece no tener sentido todo lo anterior pero debo agregar que esto
deriva de una situación que no creí que fuera a pasar. Repetí un canon que
practicaba, por excelencia, antes de estos dos últimos años: di el primer paso
con un chico.
Cuando tienes doce años, el noviazgo es lo más nuevo para ti; tratas de
esconderlo pero no sabes cómo, la felicidad es tanta que te consume. Cuando
llegas a los quince, éste poco a poco adquiere otros matices y tienes que
aprender a saber qué esperas de él. Cuando de pronto te ves en los diecisiete, el
noviazgo está lejos de serlo o estar presente. Pero cuando llegas a los
dieciocho, diecinueve y veinte, quieras o no, éste se complica. Ya no significa
lo mismo que hacía tantos años, puede ser mejor o puede ser peor. Todo depende
a que tan dispuesta estás a ser parte de él.
Hoy soy partícipe de otro gran descubrimiento: el saber que todo lo que me caracterizaba antes de esa relación
amorosa, no está tan perdido como creí. Hoy me atreví a regresar a la
práctica de saberme dueña de lo que quiero y de lo que siento. No funcionó como
esperaba pero resultó ser muy útil. Les cuento: hace semanas me di cuenta que
comenzaba a ver con otros ojos a un compañero de mi carrera y que casualmente
es uno de mis grandes amigos de este nuevo hogar. Yo no quise pensar en eso porque,
siendo sincera, no quería afectar la amistad. Pero, en estos últimos días,
hemos hablado y salido más. Esta noche, con el valor que te puede dar una plática
que incluya una cerveza, le confesé que me estaba empezando a gustar. Él
simplemente me respondió en pocas palabras y de la manera más respetuosa, que
puede como mi amigo: “Déjate de tonterías, eres mi amiga y, bien sabes, que no
me gustas”.
Adoré tanto su respuesta, porque me había entendido. La cuestión no era
declararle mi gusto o aceptar su rechazo, era el hecho de la conexión: los lazos nunca se cambian o transforman tan
fácilmente. Yo acepto que le quiero, pero no de la forma que tal vez creo y
él lo sabe, por eso su respuesta. Veo en él alguien que mira una parte real de
mí a lo que otras personas en M., no han podido ver.
Amo ese lazo; que no es tan fácil de quebrantar. Amo esas situaciones
que poquito a poquito lo van cambiado
todo. Por ello, el inicio de esta entrada: no puedo dejar de ser lo que soy. No
porque en este momento de mi vida no pueda encontrar a alguien con quien
compartir lo que hago, simbolice dejar de hacer lo que me gusta, lo que soy; ya
no puedo permitirme eso, ya no.
Porque este lado romántico hacia la vida que está impregnado en mí va
más allá de lo que alguna vez creí. Por ello me siento tan identificada con los
escritos de Goethe, con las ironías de Wilde, con la poesía de Plath, con la
nostalgia de Durrell, con la búsqueda de Joyce, con la no-acción de Sterne; por
el simple hecho de experimentar a la vida, el anhelado encuentro con lo sublime
que no es más que la purificación de nuestras pasiones.
Poco a poco me voy
purificando.
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