Cuenta la leyenda, mejor dicho mi mamá,
que cuando era una insolente y pequeña niña ya contaba con una ligera fijación
que pueda ser la causante del punto en mi vida en el que estoy. No soy quién
para negarlo. No, no estoy hablado de la obsesión de encontrar una felicidad ni
del chocolate. No piensen si quiera en el amor - aunque tal vez se le
acerque-.
La leyenda dice que
cuando mi mamá se sentaba a estudiar para sus exámenes, momentos antes ella
colocaba una colcha sobre el suelo y ahí acomodaba mis muñecas; ése era mi
espacio, donde podía déjarme hacer lo que quisiera con el fin de no molestarla.
El propósito de vez en cuando se cumplía.
Ya que existieron veces, más que menos, en las
que sutilmente me paraba de la colcha me dirigia a su mesa de estudio, me
sentaba en la silla de a lado y la veía por minutos. Observaba cautelosamente
los gestos serios que ella mantenía mientras estudiaba, copiaba, subrayaba,
tachaba páginas y páginas que contenían figuras geométricas con letras. Libros
grandes. Libros de más de 400 hojas. Libros que a mi mamá le provocaban
seriedad, concentración y disertación.
Un día, de esas
tantas veces, me decidí por ursupar, más de lo común, su espacio. Tomé uno de
esos libros, me bajé de la silla, lo lleve a mi colcha, coloqué a mis muñecas a
mí alredor y abrí el libro con ellas. Tal vez en aquel momento yo no comprendía
bien lo que hacía con un libro; sólo automáticamente aprendía a pasar página
tras página después de ver figuras y letras que ni distinguía del todo. Sólo
repetía un patrón de observación que me enseñaba mi madre.
Es ahí, desde el punto de vista de mi madre, donde todo comenzó.
Admito que la
historia me gusta, y más cuando la cuenta mi madre. Me hace pensar que soy
especial.
Libros, amo los libros. Tal vez ya de niña
pues desde esa experiencia era muy dificil no verme sin uno, aunque no supiera
leer.
Me encantan sus
diferentes tamaños, sus portadas, sus lomos, las hojas de cortesía, la
tipografía, los pequeños detalles que demuestran errores de edición, de
corrección, de encuardenación o aquellos que lo vuelven una excelente creación.
Pueda ser que por todas estas pequeñas y ligeras fijaciones esté a mis veinte
años estudiante Literatura y deseando llegar, en algún momento, a ser
editora.
Amo los libros no porque me guste escribir, o en ocasiones leer, si no
porque los veo como objetos de perfección. Ya sea por el texto, por la
presentación, por lo que me dejan o se llevan de mí.
Pienso en los libros
como pienso en la comida. Si no hay pasión para prepararlo, no hay que hacerlo
(por esta razón, no cocino - aunque viva lejos-). Veo a los libros y puedo
amarlos u odiarlos.
Tal vez esta
divagación no tiene un fin más que hablar de esta filia, pero creo que es
acertado darme cuenta de esto porque sólo así entiendo que hago con mi vida,
por qué estudio lo que estudio, por qué mi personalidad es así, por qué soy
dura con las personas que mi piden consejos en la parte académica o en la
compra de libros.
Cuando estoy triste
me encanta, y me ayuda, abrir un libro, ya sea con el fín o no de leerlo, pero
me doy cuenta de avances. Un libro puede
aportar más de lo que uno piensa. No es que yo apoye la campaña de lectura,
si la gente quiere hacerlo que lo hago si no, de lo que se pierden. Considero
que un libro es un reflejo, un espejo; puede estar en el texto mismo o en el
concepto del libro. Compro un libro porque estoy segura de que en él encontraré
algo de mí misma, si me equivoco aún terminó ganando ya que al menos sé que
aquello no me gusta.
Escoger un libro es como escoger pareja: uno se toma su tiempo. Una de las razones por las que desespero a la gente y por la que muy
pocas personas suelen acompañarme a una tienda de libros- de hecho, son las que
comparten o entiendo lo que pienso- . Al entrar a una libreria, uno entra en
otro tiempo en donde ni siquiera hay tiempo, sé que puede sonar absurdo pero no
lo es. La libreria es un interior
estructurado pero a la vez tan revuelto que hay de todo y para todos e incluso
en ocasiones llegas a sentir que no hay nada para ti; ya lo he dicho, es como
el amor.
Me encuentro feliz, compro libros. Estoy deprimida, veo libros. Tengo quehacer escolar, organizo libros. Quiero novedad, leo libros.
Tal vez tenga razón
mi madre y tenga una ligera maldición que para mí sólo es un gusto más entre
todo lo que me caracteriza. Lo repito, uno
tiene que saber qué le gusta y por qué, ya que sólo así podremos tomar las
decisiones que en su momento consideremos correctas. Por ello, esta
madrugada reflexiono sobre esto porque es la manera de explicarme mis
decisiones y darme cuenta en el último mes he comprado más libros que de
costumbre.